Modo

Desde un punto de vista de neurocognitivo, el mindfulness puede identificarse como un proceso cognitivo muy complejo, no narrativo, que se ha llamado “modo ser”, en contraposición con la forma común y caótica en la que funciona nuestra mente en la vida diaria, que se describe como “modo hacer” (Williams, 2010).

El modo hacer se define como un método de funcionamiento de la mente enfocado a la consecución de una meta, en el que se está preocupado en revisar el pasado y el futuro con lo que el presente tiene una importancia mínima.

La mente tiende a divagar de manera continuada, con un incesante y cansado diálogo interno, en el que se analizan las diferencias entre cómo son las cosas y cómo nos gustaría que realmente fuesen.

Lo que nos ocurre es etiquetado y juzgado como bueno/malo o agradable/desagradable, con lo cual nos apegamos a algunas cosas y queremos evitar otras. Este es el modo común de funcionamiento de nuestra mente y pocas veces imaginamos que pueda existir alguna otra forma de estar en el mundo.

En la manera mindful, también llamado no narrativo o modo ser, la finalidad no es conseguir ninguna meta concreta, no hay nada especial que hacer, ni a donde ir. La realidad no es de una forma determinada, porque la apertura, la flexibilidad mental y la aceptación son totales.

Como no existen expectativas determinadas, la mente no analiza las discrepancias de estas con la realidad. El foco cognitivo del modo ser consiste en aceptar y permitir la experiencia de los fenómenos que asoman en el presente, en nuestra vida cotidiana, sin ejercer ninguna presión para cambiarlos y sin juzgar.

Este estado mental tiene que ser alcanzado de manera intencionada, por lo menos inicialmente, ya que es muy distinto al proceso normal de nuestra mente. Con tiempo y mucha práctica este estado llega a volverse natural y se automatiza.

Este método está más en contacto con la experiencia inmediata, originando una forma no narrativa, no conceptual de relacionarse con el mundo que nos rodea.

El modo ser no trata de un estado antinatural o alterado, donde toda actividad tiene que parar. Tampoco la finalidad es mantenerse siempre en modo ser, ya que la realización de actividades intelectuales o de las que conlleven una meta, deben desarrollarse en el modo hacer.

Lo que se pretende es no mantenerse instalado sistemáticamente en el modo hacer, atrapados en nuestro diálogo interno, incluso cuando paseamos o no tenemos una obligación específica.

La práctica del Mindfulness nos permite pasar del modo hacer al modo ser de manera voluntaria y consciente, adaptándonos de una manera más idónea a la realidad.

Estos dos procedimientos de funcionamiento mental no siguen un modelo del tipo “todo o nada”. El tema no es ahora estoy exclusivamente en modo hacer o exclusivamente en modo ser, sino que constituye un modelo continuado de interacción entre ambas formas de funcionar.

Puedo estar funcionando a un 80% en modo hacer y a un 20% en modo ser, o a un 50% en cada modo. Lo ideal sería modular la intensidad del modo hacer o ser que necesitamos en cada actividad.

El modo ser está ligado al bienestar psicológico. En cambio, el modo hacer está más asociado a la patología, sobre todo cuando lo usamos no para solucionar temas de la vida cotidiana, sino para cambiar estados psicológicos.

El protocolo de MBCT (Mindfulness-Based Cognitive Therapy), estudia que la principal habilidad que desarrolla el mindfulness es la capacidad de poder modificar el modo de funcionamiento de la mente de hacer a ser (Segal y cols., 2002).

Otra opción de entender los modos hacer y ser puede ser desde la perspectiva social (Samuel, 1990): el modo hacer es egocéntrico, enfocado en el yo, en la personalidad. Esta es una característica muy típica de las sociedades occidentales desarrolladas.

En cambio, el modo ser se consideraría sociocéntrico, o sea, que se olvida del individuo en beneficio de la sociedad, del grupo. Por el contrario, esta perspectiva de ver el mundo es habitual en sociedades no occidentales, no desarrolladas.

Tipos de felicidad afiliados a ambos modos de la mente

Desde Aristóteles, se considera que tenemos dos tipos de felicidad muy diferentes, aunque no son necesariamente excluyentes.

La felicidad hedónica va asociada a la mente en modo hacer y es característica de Occidente, aunque se puede encontrar en todas las sociedades.

Como la felicidad está fuera, estamos siempre intentando encontrar ese objeto que nos hará felices (como lograr un buen trabajo, terminar la carrera, tener pareja, hijos, etc.).

Perseguir ese objetivo nos puede producir placer durante unos meses, pero al poco tiempo necesitamos otro objeto y comienza de nuevo la etapa.

Como la felicidad no está en este momento porque no tenemos el objeto, el presente es el lugar donde luchamos para lograr eso que creemos nos hará sentir felices.

De esta manera, el presente apenas nos interesa porque no está el objeto deseado, siempre estamos centrados en el pasado (para ver lo que hemos conseguido), y en el futuro (para comprobar lo que nos queda por conseguir todavía).

Es un proceso muy adictivo, siempre cambiante e insatisfactorio.

Por el contrario, la felicidad eudaimónica, asociada a la mente en modo ser, y más tradicional de Oriente, considera que la felicidad está ya en el interior de nosotros, por tanto, no hay nada ni conseguir nada externo.

Va asociada a la falta de expectativas sobre cómo tiene que ser el mundo y nosotros mismos, y a la aceptación de que el mundo tiene que ser así, sin tener sentido intentar modificar las cosas que no podemos cambiar (eso no quiere decir que no hagamos planes, y que sí intentemos cambiar lo que realmente podemos).

Puesto que la felicidad está aquí y ahora, el presente es el único momento importante, y este tipo de felicidad no puede producir adicción ni agotamiento. Es la auténtica felicidad.

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