Un alumno de nuestros cursos de mindfulness escribió este relato que nos ha encantado y nos ha permitido dejarlo colgado, se titula EME.

EME

Eme se sentía e identificaba como una persona tímida, desconfiada, temerosa. Y resultó, que de tanto repetírselo a sí mismo, acabó creyéndoselo.

Los demás también empezaron a percibirle así, y fue entonces cuando la auto-imagen y la proyección, se fusionaron e hicieron realidad.

Alguien confundió sus potenciales rarezas, y lo catalogó de «bicho raro».

El bicho raro pensó que sería mejor esconderse, y llamar la atención lo menos posible.

Otros aprovecharon su sensibilidad, empatía y capacidad de perdonar; y le comentaban: «eres demasiado bueno».

Pero lo de ser el malo de la película, se le daba fatal.

Fue entonces cuando comenzó a pensar: «quizá deba modificar mi esencia».

Encontró una salida rápida, la habilidad de anestesiar sus ideas y emociones. De racionalizarlas a través del prisma de la lógica, para así poder convivir con ellas.

Aquella decisión venía de la mano con un juez implacable, culpabilizador y terriblemente exigente. Un verdadero silenciador de la creatividad.

Y fue así como perduró, batallando con su «Yo» creado desde el ego, y logró salir adelante durante un tiempo limitado.

Hasta que despertó su consciencia, logrando entender que no había emociones válidas ni negativas. Simplemente formas de sentir y de procesar.

Que no había personalidades buenas o malas, pero sí condicionamientos y vivencias.

Se dio cuenta también, de lo innecesario de etiquetarse a sí mismo, y de catalogar a los demás.

Y entendió que aquello que llaman «raro» asusta y molesta, porque brilla y hace destacar. Aquella era una luz que no quería opacar más.

De repente nadie le parecía normal, simplemente se percató de que la sociedad prefería el uso de la máscara. Convirtió esa rareza en motor de cambio, y se dio cuenta de que era su mejor herramienta.

Y fue a través de ese amor, de esa compasión y desidentificación; como logró abrazar quien realmente era. Un niño, un adulto, y un anciano a la vez. Con las características propias y miedos de cada uno.

Un ser pensante y sintiente, con mucha vida interior.

Pero, sobre todo, inconmensurable y complejo como una constelación.

Martín Quirós